Page 112 - Entre suenos y rochelas. Poemas y otros escritos
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regalaba a sus compañeritas en la época de invierno; las “t” las
transformaba en coloridas cruces de Mayo, para luego ponerlas
de adorno en el altar cuando llegaba la fecha de esa florida ce-
lebración, que coincidía con su cumpleaños. Las “s” las conver-
tía en veloces culebritas que se llevaba al recreo para ponerlas a
competir; y cuando le tocaba escribir alguna palabra que llevase
una “equis”, la cambiaba por un corazón, pues una maestra, al-
guna vez, le había enseñado que esa letra solo servía para tachar
las cosas que estaban mal.
Le fascinaba leer y crear cuentos, a los que les hacía sus propias
ilustraciones, para luego contarlos y disfrutar de los dibujos con
sus amiguitos del barrio, donde todos lo conocían y gozaban de
su aprecio. Cada vez que algún adulto le preguntaba su nom-
bre, le respondía de la misma manera que lo hacía su “abuelo-
tocayo”, como le decía él: “Yo soy Inocencio Rodríguez Calderón,
pues primero mandó Monagas y después mandó Falcón, y des-
pués de Simón Bolívar no ha habido otro Libertador, y por eso es
que yo me llamo Inocencio Rodríguez Calderón”.
Amaba la Historia de Independencia; se entregaba por comple-
to cuando se trataba de escuchar a su abuela, quien le contaba
maravillosos relatos patrios, los cuales grababa en su envidiable
memoria fotográfica.
Adoraba a los animales y tenía un afecto especial por los insec-
tos, a quienes les abrió una entrada por un huequito de la ven-
tana de su cuarto para que ingresaran por las noches, y poder
conversar siempre con ellos hasta pasadas las doce. Les tenía un
lugar exclusivo en los rincones de su armario y le escondía las
chanclas a su abuela para que no se los matara.
Pero su verdadera pasión eran los números y las matemáticas, las
llevaba con él de manera natural: sumaba amistades y sonrisas,
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