Page 43 - El cantar del Catatumbo
P. 43
masivas de las editoriales venezolanas, junto a otras ve-
nidas del extranjero.
Entonces llegó Chávez.
Por fin iba a conocer a ese hombre que había retado
a fuerza de verdades al imperio yanqui y su Nerón de
turno, George W. Bush, desenmascarándolo en las
Naciones Unidas; a quien había reencarnado en esta
época la dormida, pero latente, gesta de Bolívar y San
Martín y vivificado con aires nuevos las ideas socialistas
en nuestras naciones. Ese llanero que iba por los campos
políticos como un remolino, enarbolado por su tierra,
con un abrazo abierto y solidario para con los otros
pueblos de Latinoamérica .
La gente se agolpó junto a la carpa donde daría su
discurso de apertura. Al comenzar su alocución, la inte-
rrumpió para que tres o cuatros asistente —entre los que
yo me contaba— pudiéramos, por su indicación, gua-
recernos en la sombra. Este primer gesto de delicadeza
para unos desconocidos, sumado a su brío político, su
fervor por la cultura, su conocimiento de la literatura, en
los que se revelaba un lector insaciable, y ciertas afirma-
ciones como la que improvisó, haciendo referencia a la
invasión norteamericana en Irak (“¡Nuestros cañones son
los libros!”), me fueron descubriendo, en esta primera
impresión directa, el poderío de las convicciones que lo
llevaban como un frente de tormenta desde la historia
a la utopía.
42