Page 29 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
               humanizarlo, cederle el alma y la añoranza, porque toda patria es
               recuerdo, ansia de volver a ella, como la casa originaria que deja-
               mos para fundar otra, la de nuestro devenir, que en cierto modo
               es la misma, porque es casa del ser y toda casa del ser es refugio
               contra la soledad, o soledad compartida, mía y común.
                  Exige amor y muerte, paz y guerra. Y dioses lares, héroes,
               mártires. Patria es dicha y sufrimiento. Ninguna palabra es más
               humana, fatalmente humana, ninguna es más sinónimo de uto-
               pía, la utopía que desveló a Bolívar y fue su tumba y su resurrec-
               ción. Es fama entre los hombres que otra patria nos espera, la del
               trasmundo, la celestial o infernal. Es la patria oscura, la patria
               esotérica de los iluminados y los perseguidores del absoluto.
                  Los poetas, criaturas de la entresombra, cosechadores de
               abismos, se aferran a su borde. La añoranza, el exilio y el noma-
               dismo avivan en ellos ese sentimiento por la patria como honda
               pertenencia. Diciéndole adiós a ella regresan; separándose de su
             [ 28 ]  cercanía la habitan. Bolívar la imaginó como un país del tamaño
               de un continente. Andrés Bello como la región universal de una
               lengua. En ambos, la añoranza fue más casa de hijo pródigo que
               casa inmóvil. Fue regreso a una nueva errancia en Pérez Bonalde
               e invitación a un retorno a lo inalcanzable en Lazo Martí. Con
               ellos, la patria explica la lastimadura de vivirla y es el ensueño
               sorprendido por la lágrima. Patria moral es la de Vicente Salias y
               Landaeta; la de Juan Liscano es la del nuevo mundo Orinoco; la de
               Rafael José Muñoz es “esa chicharra que canta hacia adentro”; la
               de Gerbasi es Canoabo, su aldea de infancia; la de Antonio Arráiz
               es la mujer que se llama Venezuela, y a la que ama para vivir junto
               a ella, sobre ella, pese aún a ella misma; la de Alí Lameda es la de
               “las prístinas regiones arcillosas”; la de Alberto Arvelo Torrealba,
               es la del coplero Florentino, allá va por el ancho terraplén y “maco-
               lla de tierra errante/ le nace bajo el corcel”; la de Ramón Paloma-
               res es la de “ese pueblo donde la gente vive preguntando por los
               de lejos”; la de Víctor Valera Mora es la del país “humillado al
               extremo”; la de Gustavo Pereira es la de Venezuela que dice, como






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