Page 15 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
una breve novela en la que el gran cumanés es personaje mal dis-
frazado. Titúlase La tarea del testigo, editado por El Perro y la
Rana, del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y ganadora
del Concurso de Novela Corta “Rufino Blanco Fombona”. Trata
de “un falso Ramos Sucre”, me advierte en la cariñosa rúbrica que
ha estampado en la dedicatoria. Sólo que su desdicha lo denuncia,
su calvario y las cartas apócrifas que dirige, mientras cae nieve
sobre Europa, al “querido Alberto” de su alta estima desde los
sanatorios de Hamburgo, Merano y Génova, como aquella donde
se duele y se culpa del abandono de Cruz Salmerón Acosta, devo-
rado por la lepra en la tierra crispada de Araya y apenas escondido
tras el nombre de “Alejandro”.
Es de noche siempre en esta novela, aún si amanece, como
la mirada sin sueño del poeta de Torre de timón, Las formas del
fuego y Cielo de esmalte, a quien Rubi Guerra le atribuye dones de
narrador sin distraerse en demostrarlo, ni en consignar pruebas,
[ 14 ] como tampoco en advertirnos cuándo ocurre la intrusión del des-
varío y la alucinación o menos si la vida retoma su certidumbre.
La estructura novelística no hace caso de la tramoya de los planos
narrativos: a la prosa epistolar del desesperado, Guerra acerca la
suya propia, la de la ficción, por lo que ambas, en cierto modo,
se confunden y se atribuyen una misma semejanza en la irreali-
dad: la alterada biografía del personaje le sirve de pretexto para
librarse de verificaciones y holgar así de los recursos del género,
mas sin descuidar la entonación testimonial, la acción de gracias
admirativa hacia el prisionero de la noche interminable.
Un Ramos Sucre novelado nos propone esta novela (a la que
acompañan algunas narraciones como prueba de destreza y de
versatilidad temática), cuyo habitante del semisueño y la pesadi-
lla es partícipe cierto y fingido de una aventura propia de la lite-
ratura gótica, pero siempre igual a sí mismo, trajeado de Cónsul
y de hospital, la mirada sin párpados de quien nunca duerme
y espera lograrlo en el suicidio. Hasta su casa —una casa real y
metafórica— nos conduce Rubi Guerra en las páginas finales:
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