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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              su  bolchevismo,  su  arte,  su  teatro  y  su  literatura.  Sincrónicamente
              se derraman, se difunden y se aclimatan en las ciudades europeas los
              dramas de Chéjov, las estatuas de Archipenko y las teorías de la Tercera
              Internacional. Agentes viajeros del alma rusa, Stravinsky seduce a París,
              Chaliapín conquista Berlín, Tchitcherin agita a Lausanne).
                 Lenin ejerce una fascinación rara en los pueblos más lontanos y
              abstrusos. Moscú atrae peregrinos de Persia, de la China, de la India,
              Moscú  es  actualmente  una  feria  de  abigarrados  trajes  indígenas  y
              de lenguas esotéricas. La celebridad de Oswald Spengler, de Charles
              Maurras o del general Primo de Rivera no es sino una celebridad occi-
              dental. La celebridad de Lenin, en tanto, es una celebridad unánime-
              mente mundial. El nombre de Lenin ha penetrado en tierra afgana, siria,
              árabe. Y ha adquirido timbres mitológicos.
                 Quienes han asistido a asambleas, mítines, comicios, en los cuales
              ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la pasión que suscita
              el líder ruso. Cuando Lenin se alza para hablar se suceden ovaciones
              febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean, gritan, sollozan.
                 Pero Lenin no es un tipo místico, un tipo sacerdotal, ni un tipo hierá-
              tico. Es un hombre terso, sencillo, cristalino, actual, moderno. Wt. Goode,
              en el “Manchester Guardian” lo ha retratado así: “Lenin es un hombre de
              estatura media, de cincuenta años en apariencia, bien proporcionado. La
              primera mirada, los lineamientos recuerdan un poco el tipo chino; y los
              cabellos y la barba en punta tienen un tinte rojizo oscuro. La cabeza bien
              poblada de cabellos y la frente espaciosa y bien modelada. Los ojos y la
              expresión son netamente simpáticos. Habla con claridad y con voz bien
              modulada: en todo nuestro coloquio no ha tenido nunca un momento de
              agitación. La única neta impresión que me ha dejado es de una inteli-
              gencia clara y fría. La de un hombre plenamente dueño de sí mismo y de
              su argumentación que se expresa con una lucidez extraordinariamente
              sugestiva”. Arthur Ransome, también en el “Manchester Guardian” ha
              dado estos datos físicos y psicológicos del caudillo bolchevique: “Lenin
              me pareció un hombre feliz. Volviendo del Kremlin a mi alojamiento, me
              preguntaba yo qué hombre de su calibre tiene un temperamento alegre
              como el suyo. No encontré ninguno. Aquel hombre calvo, arrugado, que
              voltea su silla de aquí a allá, riendo ora de una cosa, ora de otra, pronto en


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