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Mariátegui: política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista


              podían ser indife rentes. Trotsky, por otra parte, es un hombre de cosmó-
              polis. Zinoviev lo acusaba en otro tiem po, en un congreso comunista,
              de ignorar y ne gligir demasiado al campesino. Tiene, en todo caso, un
              sentido internacional de la revolución socialista. Sus notables escritos
              sobre la transi toria estabilización del capitalismo, lo colocan entre los
              más alertas y sagaces críticos de la época. Pero este mismo sentido inter-
              nacional  de  la  revolución,  que  le  otorga  tanto  prestigio  en  la  escena
              mundial, le quita fuerza momentáneamente en la práctica de la política
              rusa. La re volución rusa está en un período de organiza ción nacional. No
              se trata, por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino
              de realizarlo en una nación que, aunque es una na  ción de ciento treinta
              millones de habitantes que se desbordan sobre dos continentes, no deja
              de constituir por eso, geográfica e históricamente, una unidad. Es lógico
              que en esta etapa, la revolución rusa esté representada por los hombres
              que más hondamente siente su carácter y sus problemas nacionales.
              Stalin, eslavo puro, es de estos hombres. Pertenece a una falange de revo-
              lucionarios que se mantuvo siempre arraigada al suelo ruso. Mientras
              tanto Trotsky, como Radek, como Rakovsky, pertenece a una falange que
              pasó la mayor parte de su vida en el destierro. En el destierro hicieron su
              aprendizaje de revolucionarios mundiales, ese aprendizaje que ha dado
              a la revolución rusa su lenguaje universalista, su visión ecuménica.
                 La revolución rusa se encuentra en un período forzoso de economía.
              Trotsky, desconectado personalmente del equipo stalinista, es una figura
              excesiva en un plano de realizaciones nacionales. Se le imagina predes-
              tinado para llevar en triunfo, con energía y majestad napoleónicas, a la
              cabeza del ejército rojo, por toda Europa, el evangelio socialista. No se le
              concibe, con la misma facilidad, llenando el oficio modesto de ministro
              de tiempos normales. La NEP lo condena al regreso de su beligerante
              posición de polemista.












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