Page 26 - Frutos Extraños
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| IndIra CarpIo olIvo |
Tenía que irse. Era temprano para mí, tarde para Gisela. En la maleta llevó
cuerpos secos de semeruco, una foto de la abuela y ciento once cartas para su
padre. Aún la luna se aferraba a las cortinas cuando se fue.
Todo cuanto ordené para su marcha permanecería junto a la cama: una manta que
había tejido antes de que naciera, un par de mangos de mayo, una botella con
agua.
Me había dormido detrás de la puerta. Al amanecer el sol penetró la madera y
anidó sobre mi espalda.
Gisela se había ido por la ventana. Ya sabía caer.
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