Page 76 - Soy tu voz en el viento
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Creo escuchar aún
el clarín de palabra ensortijada
con las dos manos puestas en la boca
que hacía volar Ricarda Figueroa
para llamar al hijo tarambana
perdido en la ciudad jugando pichas,
ensayando el tañido de su trompo
o poniendo a volar
en coloreado vuelo el volador
entre la muchachada clamorosa.
El metálico clarín
taladraba el ambiente
sutil de la Ciudad:
“¡Juan de Dios... Juan del Diablooo!”
y en el eco devuelto regresaba
a la materna sombra el descarriado.
El barrio se completa y se conforma
con el Rincón del Perro,
el callejón que va de Bartolito y Cristo Viejo,
la salida del fondo de mi casa materna,
hasta la esquina de Ño Santo Rosa
y la calle nueva por donde era
el trazado espinoso del Camino Hondo.
Gente distinta habita en estos sitios.
La gallera de Manyoa
sigue firme en el alto,
pero se encuentra en ruinas
la casa que fue de Tan Narváez,
en cuyo amplio patio
poníamos a girar,
volandero, chirriador,
el burro de palo,
un balancín en T de dos maderos,
un hueco que giraba sobre un eje,
que además de alegría
proporcionaba algunos aporreos.
Allí nos reuníamos
la bullanguera muchachada
para jugar también
al trompo y a las pichas
en tribilín, el hoyo o los palitos
bajo del yaque retorcido y corpulento
del medio del solar.
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