Page 27 - Soy tu voz en el viento
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Entre los arcabucos espinosos
enfilaron sus pasos los viajeros
buscando los bajíos,
ensanchando los trillos
abiertos por los indios,
penetraron de pronto en recinto oloroso
donde se posa, quieta, deslumbrante,
la llama azul del día,
lanzas de la aurora con sangre y rocío
en las letras sonoras y claras del nombre
que nombra y renombra.
Era un huevo de luz en nido de montañas,
un valle rumoroso con un río al costado,
claro y puro de linfas,
espejo cristalino de la luz y la sombra.
La tierra confinaba con un cerco de verdes
que se abre hacia el Este
hasta tocar el mar desapacible
de donde sopla el viento remojado de sal
y llega el ruido sordo
de la ola que rompe en los peñascos.
Hacia arriba colinda con el cielo,
son suyas las estrellas,
las nubes y la brisa,
la noche palpitante
y la paz inefable
del bosque y de los nidos.
Probablemente por los ojos heridos de la luz
nombraron ese valle de la Santa Lucía.
Acaso ellos no fueron
los del bautismo cristalino.
La historia calla el nombre
y darle el padrinazgo
a los exploradores primeros de la isla
es enhebrar sus nombres
en la aguja que teje los fastos de la historia.
Disfrutaba allí plácida vida el aborigen,
ingenua gente de apacible temple,
abiertos a la voz del tiempo sumergido
que llama a la hermandad y la esperanza,
sangre de la conquista
que misturó las razas
y nos dio el tipo humano
donde están las raíces
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