Page 82 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
pero aun cuando hubieras sido un monstruo maldito,
yo te sigo creyendo muy bueno, ¡oh, papaíto!
Porque tú me inculcaste, papaíto, el ejemplo
de que un hogar auténtico debe ser como un templo.
Cierto que tú solías beber como un verraco
convirtiendo tu hogar en un templo de Baco…
Pero tú a pesar de eso —vuelvo y te lo repito—
¡tú eras bueno en el fondo, muy bueno, papaíto!
Tú con nosotros fuiste, pese a ser tan bohemio,
como no hubiera sido quizá ningún abstemio.
¿Te acuerdas de la histórica noche en que yo nací?
Tal vez tú no te acuerdes, papá, pero yo sí.
Rascado como estabas, te me quedaste viendo
y al final exclamaste: ¡qué bicho tan horrendo!
Y gritabas en tanto te sacaban del cuarto:
¡Devuélvanme mis reales! ¡Yo no pago ese parto!,
mientras mamá gemía que dejaras la bulla
y el médico partero llamaba a la patrulla.
Después de aquella escena que yo encontré tan tierna,
siguieron tus ejemplos de ternura paterna:
inventaste, ofendiendo gravemente a mi madre,
que yo no era hijo tuyo sino de tu compadre.
Preferías —decías— verme clavar el pico
que darle a mamá un fuerte para la leche Drico.
Y agregabas de un modo tan rudo como cruel:
¡Pídesela al compadre, que ese muchacho es de él!
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