Page 191 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
nuestro amigo, es más obediente a esta ética. La frecuentación de
sus libros, aunque más no fuera a saltos de antología o selección, nos
avisa que dicho fervor ha gobernado su destino desde temprano. Con
ella se dan, en cerrada urdimbre, la teoría y la práctica de la sobrevi-
vencia desde y en el lenguaje de la poesía.
Frente a lo que nos lastima y nos expolia, Gustavo Pereira opone
el decir que cicatrice aquello que nos hiere y aquello que nos veja.
Es al hombre —su ser y su historia, palpable, emblemática—a quien
distinguen ese decir poético y esa postura moral. Hablo del hombre
en busca de una tierra restablecida por la pasión y el abrazo, en tanto
persiste la otra, la que se ensaña contra sí misma, como si hallara
solaz en el quebrantamiento del principio fundador de la poesía que
dijera René Char: el del “amor realizado del deseo que permanece
como deseo”.
Amor único y múltiple, anotábamos hace poco, mas nunca amor
[ 190 ] sin causa, entendido como una suerte de guerra santa de los cuerpos
y de los pueblos, personal y planetaria, íntima y profusa. La poesía,
en este caso, no es, con mucho, escritura, lenguaje: es asimismo, útil,
herramienta de la palabra que sobrepasa el texto escrito, al tiempo
que exalta, conjura e increpa. La emoción en poesía —que lo diga
Reverdy—“es una carencia en el corazón del hombre”.
Restablecer y recuperar esa orfandad —o esa nostalgia de lo per-
dido o lo arrebatado— es desvelo de la obra y del comportamiento
de Gustavo Pereira. Ambos intercambian una fuerza nutricia, inter-
cambian su savia y así se avivan, por lo que la lectura de cada poema
concita la invitación a usarla, a servirse de ella hasta hacerla nues-
tra. Poemas morales estos (¿qué poesía no lo es?), si entendemos por
tales una voz entrañada en la conciencia porque muestra incertidum-
bre, nos advierte sobre la canalla que nos asedia, sale en la defensa
de nuestra melancolía y nuestro suspiro, se alía con el taciturno y el
airado, se vale del sarcasmo y de la ironía blandiendo la frase heri-
dora, el vocablo desacralizador, conjura lo ominoso, lo que canta y
festeja el delito. “Poesía de bolsillo”, la llamó Gustavo Pereira.
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