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La escena contemporánea y otros escritos
insurrección. Pero solicitó inútilmente la solidaridad de los socialistas. Y
prefirió replegarse, sin combatir, a sus posiciones defensivas. Juzgó inma-
dura la situación para desencadenar una decisiva ofensiva revolucionaria.
Hitler y Luddendorf, en tanto, vieron en la retirada comunista una
coyuntura propicia para acometer la conquista de Alemania. Pensaron
que, abortada la tentativa revolucionaria, nada obstruiría el camino de
una tentativa reaccionaria. Mas a sus planes se oponían las rivalidades y
las ambiciones que dividen en dos bandos a las derechas bávaras. Hitler
y Luddendorf trabajan por la restauración de un Hohenzollern en el
trono del imperio. Von Kahr y sus secuaces aspiran a la sustitución de
la dinastía prusiana de los Hohenzollern por la dinastía bávara de los
Wittelsbach. Su candidato es Rupprecht de Baviera.
Hitler y Luddendorf han descubierto, en suma, la falta de cohesión
en las derechas alemanas. El movimiento reaccionario alemán carece
aún de unidad. Sus adherentes se reparten entre varias sectas y varios
capitanes. El fascismo, en Baviera, se apoda demagógicamente “partido
nacional-socialista”, y sigue como jefe a Hitler. En el resto de Alemania,
la mayor facción reaccionaria es el partido pangermanista, uno de cuyos
principales leaders es Helferich, parlamentario procesional. Los junkers,
los terratenientes, se agrupan en este partido tradicional y agresiva-
mente anti-semita. Los industriales se concentran en el partido popu-
lista, representado ahora en el gobierno por Stressemann, uno de sus
estadistas de más jerarquía. De los rangos del partido populista no
están proscritos los judíos, ni de su programa, más o menos oportunista
y flexible, que acepta la república sin renegar la monarquía, ni están
excluidos los compromisos ni los pactos con la social-democracia.
Las peripecias de la política alemana conducen a algunos de sus
observadores a la adopción de un prejuicio vulgar. Se duda obstina-
damente del republicanismo de los alemanes. Se les supone espiri-
tual y orgánicamente conformados al dominio de un monarca militar.
Alemania, sin embargo, es una de las naciones más educadas y adaptadas
a la democracia. El fenómeno fascista y monárquico ha sido alimentado
ahí, en gran parte, por las consecuencias del tratado de Versailles y de
la política opresora y guerrera de Poincaré. Las facciones reaccionarias
reclutan sus adeptos en la clase media afligida por los rigores de una
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