Page 166 - Entre suenos y rochelas. Poemas y otros escritos
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y noté que había vuelto a florecer, pero ella no estaba. La busqué
           en la plaza entre la gente, en la misa de las doce, en el río, traté
           de seguir sus pasos buscando la estela del aroma de su vestido,
           mas no la encontré.
           Unos dicen que fue víctima de hechicerías. Que una vez que fue
           a tomar el guarapo de caña que tanto le gustaba, y el hijo de la
           señora dueña del negocio, quien estaba enamorado de ella, en un
           arrebato de celos y con la malévola intención de alejarla de mí, le
           echó demasiadas alas de pajaritos, de esos que salen de sus jaulas
           a dar un paseo por las mañanas y luego no encuentran el camino
           de regreso a casa.
           Otros aseguran que una tarde en que yo me encontraba escri-
           biendo poemas para ella, se fue al parque y se acostó a buscar
           angelitos y corazones flechados entre las nubes y al quedarse
           dormida, las hormigas, encantadas con el olor de aquel manjar
           florido, la echaron a sus espaldas y la internaron en lo más pro-
           fundo de su cueva, de donde no tuvo manera alguna de volver
           a salir. Pero la versión que más cobra fuerza, es que una noche
           antes de dormir, abrió su cuaderno donde guardaba todos los
           versos que le escribí, comenzó a releerlos y al terminar, cada uno
           de sus ojos se convirtió en un corazón y no hacía otra cosa que
           mencionar mi nombre.
           Cuentan, que sus padres angustiados movieron cielo y tierra a
           fin de encontrar la cura para su princesa, y fue así como se en-
           teraron que el único remedio para acabar con aquella terrible
           enfermedad, era leer a su oído cien poemas de historias de amor
           que se encuentran escondidos, junto a los cuentos de Las mil y
           una noches, en unas lóbregas catacumbas del Oriente Medio. No
           había más qué hacer, y se la llevaron.
           Un día como hoy, hace treinta años, fue que aquel arcoíris de
           flores atravesó nuestros pechos y nos unió para siempre, por eso
           mis nervios y el temblor de mis manos.




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