Page 164 - Entre suenos y rochelas. Poemas y otros escritos
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La princesa del vestido de flores




           Al sentarme a escribir estas líneas, mis manos tiemblan, igual
           que aquella vez en la panadería del pueblo. Siento los mismos
           nervios de esa mañana soleada que pasé por ella y la invité a de-
           sayunar. Ella aún no estaba muy convencida de colmar de júbilo
           el lado izquierdo de su pecho, y yo, al contrario, estaba deses-
           perado por ganarme el amor de la princesa con la sonrisa más
           radiante y hermosa que había podido ver.
           Ya la había visto. Estando en casa me asomé a la ventana y allí
           estaba. Iba correteando mariposas y recogiendo flores silvestres.
           Cada flor que arrancaba la pegaba a su vestido blanco y éstas
           quedaban estampadas en él como por encantamiento. Al final
           esa mañana, ya no quedaban flores en el jardín, ni cabía una más
           en su vestido multicolor, el cual hacía juego con el rojo de sus
           mejillas. Esa fue la primera vez que la vi.
           Por un tiempo no supe más de ella.
           Un día en que nos encontrábamos reunidos en la plaza del pue-
           blo, pues nos preparábamos para la celebración de las fiestas de
           nuestro Santo Patrón, todos la vieron llegar. Todos, mas yo no;
           solo me percaté que estaba entre nosotros por el perfume y el res-
           plandor de su vestido. Enseguida me acerqué. Pensé en extender
           mi mano y saludarla como todo un caballero, y cuando ya estaba
           a punto de semejante atrevimiento, como enviada del cielo, una
           amiga en común me salvó de aquel osado intento, y nos presentó.
           Al estrechar su mano todos caminaron ansiosos y nos dejaron
           solos. Después, me dijo que ella pensó que eran mis cómplices.
           Se habían ido confundidos por los latidos de mi corazón, pen-
           sando que eran los tambores de San Juan, que ya habían comen-
           zado a sonar a las puertas de la iglesia.
           Le dije mi nombre y lo hermoso de su vestido. Me respondió
           que su papá se lo había traído de Italia, que en uno de esos viajes



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