Page 68 - Soy tu voz en el viento
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matasiete
En medio del camino por donde cruza el sol
cuando viene del mar hacia el oeste
y remojado aún en el celeste azul,
se empina entre los flancos de rocío,
estalla la mañana, aurora y canto,
se desparrama desde la copa blanca
para caer en la ciudad dormida
que amanece despierta entre su flama.
Sus laderas nacieron de la ola
que salpica de espumas sus peñascos
en la marina sal rebautizados
de Guacuco hasta el linde de Guarame,
raíces que se hunden en el agua
y florecen zafiros en las nubes
que empenachan las cumbres.
Desde la explanada del Castillo lo diviso
fincado a la distancia junto al cielo,
unido con la mar en una mole
incendiada en el pleno mediodía,
mecido en el cocal de sus laderas
metidas en el río.
Montaña, mar y cielo en la distancia quieta
dan la visión ignota de la unidad fraterna.
De tarde con el sol de los venados
la claridad se tiñe en Matasiete
de violeta y claros tornasoles
que van difuminándose en la sombra
hasta que todo queda de ceniza
en la mortal agonía del crepúsculo
y vienen con la noche las estrellas
y la luna empavona en lumbre nueva
sus morriones de nubes volanderas,
palomas con las alas desplegadas
para formar un nido
de arrullos con rocío estremecido
en la fragancia pura
de la flor entreabierta con la noche.
Matasiete, de muerte tiene el nombre,
sus adjetivo es de gloria resonante,
los muertos que murieron en sus flancos
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