Page 8 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles
una en el pecho porque servía para oír cosas. Yo también
me puse una y oí cuando un general le decía al caballo que
lo llevara a la guerra mundial que había ahí, para defender
los principios y tal, y las instituciones y tal, y el legado de
no sé quién.
Otro día me llevó a conversar con un cochino que me
enseñó muchas cosas y al despedirse me dio un besito y
se fue a esperar que le dieran su palo cochinero. Cuando
regresábamos se nos cruzó un perro callejero que iba a
«atacar» a una perrita que estaba del otro lado de la cal-
zada. Cruzó sin miedo a los carros, en el convencimiento
del que a todo perder no pierde nada.
Siempre recuerdo cuando me presentó a un chino la-
vandero rodeado de lirios de algodón, a un borracho que
habían botado de un velorio por burlarse de que el muerto
«quedó igualito». ¡Ah!, ¿y las niñitas?, no olvidaré cuando
escuché a una tocando piano y envidié a los sordos, o la
que fue a hacer un mandado con cara de que le habían
hecho odioso todo lo que en la vida podía ser hermoso.
Creo en la amistad como el invento más bello del
hombre; creo en los poderes creadores del pueblo, creo
en la poesía y, en fin, creo en mí mismo, puesto que sé
que hay alguien que me ama.
Era muy divertido salir con él porque conocía y
amaba a Caracas como nadie: los helados de La Francia,
el tranvía, la retreta, los dulcitos, en fin, todas esas cosas
que en conjunto dan vida a lo inerte para que a uno le den
ganas de pasear por ahí.
Él tampoco se olvida de mí. Recientemente me
mandó un libro, que él había escrito y yo no tenía, con una
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