Page 211 - Guanipa-Endenantico
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Earle Herrera
Castillo, con naturalidad y humor. Eso sí, “como un amigo”, tal
cual nos lo aconseja el precavido Nicolás Guillén. Esa amistosa
precaución la tuve cuando, de joven, escribí Penúltima Tarde
(Premio Municipal de Poesía, 1977) y A la muerte le gusta
jugar a los espejos (Mención Premio Municipal de Narrativa,
1977). Después, el humor puso las cruces de los cuentos de
Cementerio Privado (Premio Conac de Narrativa).
Me di un paseo por todos estos pasajes literarios que
sueños e insomnios me fueron dictando en noches y días reales
o ficticios. Me di cuenta, allí en cuidados intensivos, de que
algo faltaba en esas historias. Por ello, para completarlas, me
salí de ese lugar y me fui a buscar las aguas del Caris, otro río
de mi infancia, un espejo líquido que siempre me devuelve la
radiante sonrisa de una muchacha kariña, con escalofríos y
fogonazos de adolescencia. Otro río al que siempre regreso y
nado en sueño.
Después me dijeron que todo fue delirio retro de las
fiebres de agosto. Pero la Mesa de Guanipa estaba allí, como
una inmensa sábana verde y sepia tendida en la sabana, sin ho-
rizonte posible, bajo el sol de endenantes, de endenantico casi.
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