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Yo en tus rodillas, en la calle abrojos,
en la acera los dos, y una saeta
mi primer verso fue para tus ojos.
Me alzaste en brazos; trémula y coqueta,
fuiste y volviste de la risa al lloro
y empezaste a gritar: —―¡Tengo un poeta!
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(Giraluna, 1955)
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