Page 49 - Soy tu voz en el viento
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que empujaron las manos
de rapaces inquietos:
el Negro de Cornelia
y Enrique el de Sara
que hurgando descubrieron
una guanota ¡así... de grande!
de panales rellenos.
Golosos de dulzura
inseguros del éxito
de sus manos con toscos instrumentos,
recurrieron al fuego
para que les hiciera la tarea,
pero la entraña seca
del árbol centenario
como yerba en verano
prendió con llama desatada
que cubrió con sus lenguas
las riberas del tallo,
trepó sobre las ramas
y toda aquella arquitectura arbórea
se convirtió en una flama
que al cielo se subía
con crepitar de nidos
entre un piar de polluelos
y aletear de las aves
sorprendidas en sus altas moradas.
Estaba la ciudad
de luz resplandeciente,
cien lunas le brindaban
su bruñido topacio
en el ascua prendida
que era la Tagua ardiendo.
El incensario abierto
quemaba en la resina
la terrenal frescura
que en el soplo del norte
se expresaba en el humo
sobre un altar agreste
suspendido en la altura.
La gente por las calles
no durmió esa noche.
En el incendio se esfumaba
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