Page 296 - Soy tu voz en el viento
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Tierra fundida
en el fuego de amor de la montaña,
hechura diligente de tu pueblo,
cuanto eres lo hizo
la mano de tus hombres.
Te engalana el donaire que pusieron
hacendosas mujeres
que te fueron haciendo a su medida
ni más ancha, ni más angosta:
cabes sobre la palma de la mano.
Todo te identifica y te distingue:
el aire transparente,
la luz que te ilumina,
el canto de tus pájaros,
la espina endurecida de tus cardos,
tu cántaro de adioses y saludos,
la sonrisa resbalada en la cara de las mozas,
la sílaba de amor, la paz del campo,
la neblina, la flor, el río,
la piedra dislocada que camina
bajo el rayo del sol de mediodía,
tus laderas de sombra enrevesada,
tu seca sequedad que se alimenta
en el escaso vuelo del rocío,
el rumor de la ola que te llega
tramontando en azul desde muy lejos.
Tus rincones, tus calles
tus parques repartidos,
tus cerros aledaños,
tus senderos sombreados y olorosos,
tu templo de impávido campanario
símbolo madrugador de la ciudad
cuando un hálito diluido de campanas
despolvorea
su polvo de sonidos en el aire
que se hace sonoro,
camina las distancias,
enciende la quietud,
ardido todo en el ardor glorioso
de la sana alegría
del canto mañanero
que corre hasta perderse
disuelto en lejanía.
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